A menudo, me preguntan cuál es exactamente el método que utilizo para ayudar a las personas a descubrir su propósito y convertirlo en su forma de vida. Explicar la magia del coaching no es fàcil, así que muchas veces lo hago con la ayuda de una metáfora y de ahí, surgió un cuento que me gustaría contarte.
Antes que nada, aclarar que el coaching, según la ICF (International Coach Federation), es un proceso de acompañamiento reflexivo y creativo que inspira a maximizar el potencial personal y profesional de la persona que lo recibe. Parece magia, ¿verdad?
¿Cómo hace todo esto el coaching exactamente? Te lo contaré con un cuento:
El cuento:
Había una vez una inquieta y apasionada niña llamada Adela que vivía una solitaria y aburrida aldea lejos de todo lo que le parecía interesante. Le encantaba pasar horas curioseando entre los libros de la biblioteca de su abuelo, pues a través de ellos podía viajar a los rincones más increíbles del mundo y soñar con el día en que los podría visitar de verdad.
Una vez, descubrió un viejo libro mucho más pequeño que los demás con el nombre de su abuela escrito en pulcra letra juvenil en la primera página. Se emocionó al verlo ya que era el único de la librería que había encontrado que pertenecía a la anciana.
El misterioso libro desvelaba un secreto que sólo unos pocos conocían: contaba la leyenda que en el viejo y abandonado templo de las afueras del reino había escondido un tesoro que sólo aquél que deseara encontrarlo sabría identificar su valor y sería capaz de sacarlo de allí para mostrárselo al rey. El monarca, al reconocer el verdadero tesoro ofrecería una increíble recompensa a quién se lo trajera.
El corazoncito de Adela se aceleró al leer las últimas palabras del libro. Lo cerró al instante, se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta, cogió una linterna y se aventuró hacia el templo decidida a encontrar el tesoro. Por suerte, el camino no era largo, la casa de los abuelos se encontraba en la zona más pobre y, por tanto, más periférica de la aldea.
En el viejo templo:
Una vez allí, preguntándose si su abuela lo habría intentado alguna vez, entró en el templo. Éste se encontraba completamente a oscuras y cuando la pequeña encendió su linterna se dio cuenta, apesadumbrada, de que el haz de su linterna era muy estrecho de forma que iluminaba sólo un pequeño círculo de apenas dos palmos. Tragó saliva y armándose de valor se dispuso a empezar la búsqueda.
La ilusión la empujaba a buscar y rebuscar por los rincones con curiosidad. Había un centenar de compartimentos repletos de objetos viejos. Algunos estaban muy sucios, incluso asquerosos, otros estaban cubiertos de mugrientas telas que no le apetecía nada manipular, otros tan llenos de polvo que apenas se intuía lo que podrían haber sido. Cuando se percató de la infame cantidad de objetos desordenados y escondidos dentro del centenar de compartimentos distintos que había en el templo, empezó a desalentarse.
Fue ojeando las estancias tratando de identificar objetos valiosos, aunque con su estrecha linterna el trabajo era tedioso y poco gratificante. Al cabo de unas horas había encontrado un puñado de objetos que parecían valioso, pero no le parecieron para nada un tesoro. Se imaginó al rey riéndose de aquellas baratijas y mandándola a prisión por haberle molestado. Así que pronto las dejó caer y salió del oscuro templo a respirar un poco de aire fresco. Cuando salió ya oscurecía así que decidió volver a casa de los abuelos para que no se preocuparan por ella.
La perseverancia de Adela:
Antes de acostarse, volvió a ojear el viejo libro de su abuela, aunque no se atrevió a comentarle nada de su aventura por el templo, temía que lo viera como un capricho de niña pequeña y ella ya era mayorcita.
Al día siguiente salió otra vez en dirección al templo y se dispuso a seguir buscando. Lamentaba no tener una linterna de haz más amplio para que le proporcionara un poco más que apenas dos palmos de circunferencia de visión. Otra vez, empezó con ilusión y acabó decaída después de varias horas, pues no había forma de encontrar nada que pareciera tan valioso como un antiguo tesoro y no le apetecía manosear demasiado entre tanta suciedad. Así que un día más salió de allí sin tesoro.
La llegada de la ayuda:
Dedicó unos cuantos días a su búsqueda con el mismo resultado y empezaba a perder la esperanza cuando una noche la abuela se acercó a su cama con el viejo libro en la mano. Ante la asombrada cara de su nieta le contó que se sentía muy orgullosa de ella y que al día siguiente, muy temprano, la acompañaría y la ayudaría a encontrar su preciado tesoro.
La niña no pudo resistirse y le preguntó a su abuela si ella había entrado en aquél templo alguna vez. La abuela le contestó que no, que nunca había entrado en aquél templo pero que había estado en otro y que había encontrado su tesoro. En la cabeza de Adela surgieron tantas preguntas a la vez que se quedó muda y con los ojos como platos. Su abuela le puso un dedo en el labio y le dio las buenas noches antes de que la niña pudiera articular palabra.
Una vez dentro del templo, la abuela, a paso lento, pero firme, iba indicando a su nieta dónde enfocar con su linterna. Cuando percibía que pasaba por alto alguna estancia o algún rincón la alentaba a investigar por allí. La ayudaba a recoger los objetos y a sacarles el polvo o a desenterrarlos de entre las mugrientas telas a fin de que los mirara con detenimiento y analizara su auténtico valor, sin dejarse engañar por las apariencias. Cuando la niña le mostraba insegura los objetos que le habían parecido valiosos en sus anteriores búsquedas, la abuela la ayudaba a mirarlos desde todos los ángulos, a limpiarlos bien y a identificar cuán valiosos resultaban para sí misma.
El valor descubierto:
Al cabo de unas cuantas horas, Adela se dio cuenta de que, en realidad, había reunido un buen puñado de objetos que le parecían muy valioso y que todos juntos bien parecían un tesoro de gran valor. Con gran emoción le pidió a la abuela que la ayudara a sacarlos del templo. Con mucho esmero los juntaron todos en un cofre que transportaron hacia la salida. De pronto, se oyó un gran estruendo y asombradas observaron como una parte del techo caía delante de la puerta de entrada. Así que dejaron el cofre a un lado y se pusieron manos a la obra a despejar la salida apartando grandes trozos de muro y madera.
Durante el proceso, Adela se dio cuenta de las ganas que tenía de sacar a la luz aquél tesoro, pues sentía gran confianza en que lo que iba a presentar al rey tenía un gran valor. Estaba convencida de que iba a recibir la recompensa de su esfuerzo. Al cabo de otras tantas horas, con mucha paciencia y perseverancia, Adela, con la ayuda de su abuela consiguieron despejar la salida y sacar el cofre al exterior del viejo templo.
El veredicto del rey:
El corazón de Adela se aceleró de emoción al ver al monarca examinar su tesoro. Sus ancianos ojos escrutaron cada detalle de los objetos presentados sospesando su valor. La profundidad de su mirada mostraba una misteriosa sabiduría.
Al fin se alzó, posó un brazo sobre el ombro de la muchacha y con voz solemne, como proveniente de otro mundo, anunció que lo había conseguido. La recompensa por haber encontrado el tesoro escondido en el templo era un pasaje de tren ilimitado para todos los destinos del mundo para el resto de su vida. Sólo tenía que mostrarlo y recibiría todas las comodidades para viajar hacia dónde ella quisiera. Para siempre. Con una única condición: mostrar al mundo el tesoro encontrado y contar su historia a toda aquél que deseara de verdad encontrar el suyo propio.
El tesoro de la abuela:
Adela, con lágrimas de emoción, corrió a abrazar con gran fuerza a su abuela, pues el regalo concedido era lo que siempre había soñado. Le agradeció desde lo más profundo de su corazón su valiosa ayuda. La anciana le dijo que ella solita había hecho el trabajo más pesado: el de rebuscar con sus propias manos entre aquel tumulto de objetos viejos e inútiles y encontrar su verdadero tesoro.
– Abuela…- dijo entonces la niña – ¿puedo preguntarte algo?
– Pues claro, mi amor – respondió la mujer con ojos sonrientes.
– Dijiste… dijiste que tú habías encontrado también un tesoro, pero no has viajado por el mundo… no lo entiendo… ¿no conseguiste tu recompensa por ello?
– Oh, desde luego que sí. – contestó la anciana – Mi recompensa fue la de formar mi propia familia libremente y poder escribir un libro que algún día ayudaría alguien muy especial a encontrar su propio tesoro.
La magia del coaching:
Espero que con este cuento hayas podido comprender que para descubrir tu propósito es preciso entrar dentro de ti y rebuscar entre tus viejas creencias y juicios hasta encontrarlo. La compañía de alguien imparcial que te ayude a enfrentarte a los recuerdos más escondidos o desagradables será muy útil para que puedas retomar tu búsqueda cuando te encuentres perdida. Esta es la magia del coaching.
Como ves en la historia, sacar tu tesoro a la luz no es tarea fácil, pues muy probablemente te acechará una gran resistencia debido al miedo a mostrarlo al mundo. Pero con ayuda y perseverancia podrás conseguirlo, si es lo que deseas de verdad.
Deseo que te hayas comprendido el valor del acompañamiento de coaching y si te resuena experimentar su magia, puedes contactarme y haremos una entrevista gratuita para explorar tu caso en particular.